Tenía esto en marcadores a la espera de meterlo en una movida que tengo en la cabeza pero para la que no tengo suficiente tiempo, así que voy a ir dándole salida ya y de paso lo dejo ya escrito para acordarme después.

Esta historia la conocí a través del podcast Canadaland y es un bonito ejemplo de la economía del cabreo, o como se quiera llamar.

El caso es que hace relativamente poco, cuando le gente todavía salía a la calle y se compraba casas, una campaña publicitaria para unos edificios residenciales en Toronto fue el hazmerreír de las redes sociales. A los pocos días, el anunciante hizo una recopilación de frases humillantes de Instagram, Twitter y otros somas digitales y las plasmó en un nuevo anuncio. Tienen más detalles en el enlace que acabo de poner, por si quieren ver la campaña inicial y la que la gente le hizo gratis a la compañía.

La única duda es si el anuncio inicial era horrible sin quererlo o a sabiendas, y el de verdad es el segundo. A mí me gustaría pensar esto último. Si existe el subvertising, ¿por qué no va a abrazarlo --todavía más-- el capitalismo?


Hace poco, un alto cargo de un partido político en España publicó unas fotografías de su despacho. Como no podía ser de otra forma, hubo riadas de kremlinología de escritorio, memes y cachondeo. O dicho de otra forma: en medio de una pandemia de tres pares de cojones, un señor consigue que se hable de él durante un rato sin hacer prácticamente nada. Tiene mucho mérito.

El día que todo el mundo tenga claro que no hay memes en contra, sino memes de, otro gallo nos cantará.

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