Pongamos una división de la sociedad entre gente que hace y gente que es. Existen dos formas de obtener un puesto de trabajo de cierta envergadura: por haber conseguido llegar ahí a base de esfuerzo (meritocracia) o por ser el hijo del jefe (clase1). La mayor parte de los partidos políticos, especialmente aquellos formados por elementos del segundo tipo, tienen una tendencia especial a hacer hincapié en la importancia de los méritos, la cultura del esfuerzo, las recompensas que se consiguen mediante el duro trabajo y otros cuentos de hadas para adultos.

En algunos pueblos esto se lleva al extremo: si eres el Espermatozoide Más Rápido (TM) dentro de una estirpe de Espermatozoides Más Rápidos (TM), puedes llegar automáticamente a Jefe de Estado, independientemente de tu valía. En algunas mitologías, el sujeto en cuestión es expulsado de su confortable vida palaciega y logra recuperar su posición o conseguir su legitimidad tras superar una serie de pruebas o realizar ciertos actos heroicos (matar un dragón, liderar una misión suicida tras las líneas orcas o detener un golpe de estado): lo que es por lo que hace. Y el populacho se regocija y sienta bien.

Esta glorificación del esfuerzo es el núcleo de muchos programas de televisión. La pornografía de la perseverancia. El ganador, que será aquél capaz de alzarse por encima de la adversidad y la humillación, logrará finalmente la croqueta de oro y un vale para pagar su próxima factura de la luz2. El que nunca consigue nada es porque no quiere.

Paralelamente a esto, en España tenemos un problema que afecta, entre otras cosas, a la base del sistema democrático. Resulta que lo de construir instituciones se nos da fatal. Le echamos muchas horas, hacemos esfuerzos (o no) y, tras mucho empujar, lo que sale al final es un chiringuito; tendrá mucho alabastro por dentro y columnas de orden jórico en la entrada, pero chiringuito al fin y al cabo. En vez de reglas a largo plazo iguales para todos, tenemos instrucciones ad hoc escritas en la vuelta de una servilleta a mayor gloria de la caterva de mandamases de turno que ya veremos si llega a la semana que viene. Y los chiringuitos se llenan de gente que es3 pero tiene necesidad de aparentar que está ahí por méritos propios, por lo que hemos comentado antes de mantener una narrativa sólida.

¿Cuál es la forma más rápida de conseguirlo? La más inmediata es decir que se ha hecho algo sin haberlo hecho, pero eso queda muy feo y se descubre enseguida. Por si me hubiese pasado a mí, que últimamente he visto casos parecidos, he mirado mi currículum, no sea que aparezca por ahí una ingeniería que no estudié, o una licenciatura en derecho que no hice, o vaya usted a saber qué. No hay nada raro.

La segunda forma, mucho más robusta, es conseguir un papel que diga que se ha hecho algo. El mérito, en según qué ámbitos, se mide en papeles, y eso es una maravilla, porque hasta el más zoquete consigue papeles. ¿Cómo consigue hacer alguien que solamente es, pero que no puede hacer? Pues pasar de lo que no ha podido hacer a lo que quiere dar a entender que es por la vía de lo que tiene (que además ocurre bastante a menudo que muchos de los que se encuentran en esta tesitura resulta que tienen por lo que son --clase otra vez--, lo que nos cierra el círculo de forma muy bonita).

Pero las mitologías se han devaluado mucho, como los milagros. Hemos pasado de resucitar fiambres a pagar MBAs en un InstitutoDe o sacarnos títulos en sitios que llevan nombres borbónicos.


  1. el concepto de clase cada vez está más en desuso, especialmente ahora que, gracias a las nuevas tecnologías, todo el mundo que ve series en inglés y tiene WhatsApp es automáticamente de clase media, independientemente de cuántos contratos temporales esté encadenando para subsistir. 

  2. el asunto culinario encaja perfectamente aquí. La serie de Netflix Chef's Table es un conjunto de retratos de cocineros que las pasaron putas pero se lo curraron y finalmente consiguieron tener su propio restaurante de éxito. Los cocineros que pidieron una segunda o tercera hipoteca para seguir adelante y terminaron quebrando porque el crítico de moda no tuvo que desviarse de su ruta una noche por una tormenta y no terminó de chiripa en su restaurante no merecen su propio programa de televisión. 

  3. o que está (¡o ha estado!), que es mucho mejor. Como en yo estuve en todas las asambleas desde el principio y esa poltrona de ahí es mía. 

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