Recuerdo la publicación, hace ya un tiempo, de un artículo titulado Is Google Making Us Stupid? En aquel momento lo achaqué directamente a algún señor ludita muy mayor acostumbrado a oír la radio con su trocito de estática incorporada, quejándose de que la web del New York Times no le carga bien en su Underwood. Era 20081.

Es 2016. Cargar Facebook o Twitter es como meter la cabeza entre dos altavoces que emiten ruido blanco e intentar sacar una melodía. La atención es ese lujo inaccesible, bloqueado por millones de advertencias, avisos, mensajes, vibraciones, alguien ha publicado algo que deberías ver. El futuro es dentro de cinco minutos y seguro que no estás recargando como debes y te estás perdiendo algo. El largo plazo es una sucesión de eventos a corto. Escribir un párrafo que hila con lo que dijo el anterior y deja el argumento listo para avanzar en el siguiente es un esfuerzo. El monólogo que decía David Foster Wallace es en realidad una cacofonía que viene de fuera de nuestra cabeza, pero el efecto es el mismo.

As I’m sure you guys know by now, it is extremely difficult to stay alert and attentive instead of getting hypnotized by the constant monologue inside your own head. Twenty years after my own graduation, I have come gradually to understand that the liberal-arts cliche about “teaching you how to think” is actually shorthand for a much deeper, more serious idea: “Learning how to think” really means learning how to exercise some control over how and what you think. It means being conscious and aware enough to choose what you pay attention to and to choose how you construct meaning from experience.

31 de diciembre de 2016. Como quien empieza a toser trozos de pulmón, le doy una calada al último mensaje de estado y apago el último tuit. Internet no nos hace más idiotas, pero que me maten si todo este humo no nos está haciendo más difusos.

The Shallows expande ese artículo de título tramposo que menciono al principio del artículo. El núcleo central del argumento contrasta el proceso de lectura profunda (cuando estamos realmente absortos en un libro), en el que somos capaces de rumiar ideas despacio, volver atrás si es necesario, enlazar conceptos y generar una experiencia a largo plazo, que requiere concentración sin interrupción, con la típica lectura que se hace en Internet, en la que la atención tiene que trabajar no solamente con el texto sino con el ejército de distracciones que acecha en los márgenes de la ventana del navegador. La metáfora es que Internet, como medio en sí mismo, captura nuestra capacidad de procesamiento y la esparce por multitud de lugares simultáneamente.

No es lo mismo trabajarse un concepto y generar una síntesis que leer la síntesis directamente. Ser capaz de decir que se tiene un cierto conocimiento implica haber trabajado con la idea completa, haber pensado un rato sobre ella mirando por la ventana y haber establecido las relaciones entre ese fragmento nuevo de información y otros que ya teníamos asentados. Saltar de una síntesis a otra hace no nos permite hacer esto. Es como pretender saber qué es lo que ocurre un día determinado simplemente leyendo titulares2. Inciso: no está mal saber leer en diagonal; saber encontrar un pedazo de información determinada en un texto es una habilidad tremendamente útil, pero no puede ser el único artilugio en nuestra caja de herramientas lectoras.

No es solamente luchar contra los elementos. Es el propio formato el que está en nuestra contra. El texto está salpicado de un número arbitrario de palabras que tienen otro color, y muchas veces están subrayadas. Esto genera una interrupción: en una carrera de fondo (el argumento que el escritor quiere presentar) tenemos que hacer una pausa para anotar mentalmente posibles bifurcaciones (los hiperenlaces que llevan a otros artículos y que comentan temas relacionados). En su propio blog añadió:

Links are wonderful conveniences, as we all know (from clicking on them compulsively day in and day out). But they’re also distractions. Sometimes, they’re big distractions – we click on a link, then another, then another, and pretty soon we’ve forgotten what we’d started out to do or to read. Other times, they’re tiny distractions, little textual gnats buzzing around your head. Even if you don’t click on a link, your eyes notice it, and your frontal cortex has to fire up a bunch of neurons to decide whether to click or not. You may not notice the little extra cognitive load placed on your brain, but it’s there and it matters. People who read hypertext comprehend and learn less, studies show, than those who read the same material in printed form. The more links in a piece of writing, the bigger the hit on comprehension.

The link is, in a way, a technologically advanced form of a footnote. It’s also, distraction-wise, a more violent form of a footnote. Where a footnote gives your brain a gentle nudge, the link gives it a yank. What’s good about a link – its propulsive force – is also what’s bad about it.

I don’t want to overstate the cognitive penalty produced by the hyperlink (or understate the link’s allure and usefulness), but the penalty seems to be real, and we should be aware of it. In The Shallows, I examine the hyperlink as just one element among many – including multimedia, interruptions, multitasking, jerky eye movements, divided attention, extraneous decision making, even social anxiety – that tend to promote hurried, distracted, and superficial thinking online. To understand the effects of the Web on our minds, you have to consider the cumulative effects of all these features rather than just the effects of any one individually.

Sí, los enlaces distraen. Aquí tienen un buen artículo que resume varios estudios sobre diferencias entre lectura en papel y lectura en medios electrónicos.

Si han conseguido llegara hasta aquí sin cambiar de pestaña, van bien.


  1. el editor también tenía parte de culpa. 

  2. no es éste un artículo sobre el estado actual de la prensa. 

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