Tras el sorprendente (para la mayoría, servidor incluido) resultado de las elecciones estadounidenses, el Partido Demócrata se lanzó a buscar un culpable fuera de sus filas. Había ocurrido algo inesperado y había que encontrar a un agente externo al que colgarle el muerto. Glenn Greenwald lo explicaba muy bien.

One would assume that the operatives and loyalists of such a weak, defeated, and wrecked political party would be eager to engage in some introspection and self-critique, and to produce a frank accounting of what they did wrong so as to alter their plight. In the case of 2016 Democrats, one would be quite mistaken.

At least thus far, there is virtually no evidence of any such intention. Quite the contrary, Democrats have spent the last 10 days flailing around blaming everyone except for themselves, constructing a carousel of villains and scapegoats — from Julian Assange, Vladimir Putin, James Comey, the electoral college, “fake news,” and Facebook, to Susan Sarandon, Jill Stein, millennials, Bernie Sanders, Clinton-critical journalists, and, most of all, insubordinate voters themselves — to blame them for failing to fulfill the responsibility that the Democratic Party, and it alone, bears: to elect Democratic candidates.

De todos estos candidatos, lo que más se está repitiendo últimamente es que gran parte de la culpa la tiene el combo Facebook dando alas a noticias falsas fabricadas por los rusos. Por ejemplo, tenemos este artículo del Guardian del 10 de noviembre:

Currently, the truth of a piece of content is less important than whether it is shared, liked and monetized. These "engagement" metrics distort the media landscape, allowing clickbait, hyperbole and misinformation to proliferate. And on Facebook's voracious news feed, the emphasis is on the quantity of posts, not spending time on powerful, authoritative, well-researched journalism.

Y aquí tienen a los soviéticos reciclados:

The flood of "fake news" this election season got support from a sophisticated Russian propaganda campaign that created and spread misleading articles online with the goal of punishing Democrat Hillary Clinton, helping Republican Donald Trump and undermining faith in American democracy, say independent researchers who tracked the operation.

(Nota sobre esta noticia: por favor, lean el extenso comentario publicado por The Intercept.)

BuzzFeed (que no ha dejado el periodismo de titulares basura pero se ha sumado al de investigación) publicaba que en los últimos meses de campaña electoral las noticias falsas se compartieron mucho más que las noticias de los medios tradicionales. La metodología del estudio es ciertamente ad hoc: solamente registraron las 20 noticias más compartidas de cada grupo de medios. De todas formas, la culpa, claro, era de Facebook:

"I'm troubled that Facebook is doing so little to combat fake news," said Brendan Nyhan, a professor of political science at Dartmouth College who researches political misinformation and fact-checking. "Even if they did not swing the election, the evidence is clear that bogus stories have incredible reach on the network. Facebook should be fighting misinformation, not amplifying it."

Entre Zuckerberg diciendo que es absurdo pensar que Facebook ha influido en el resultado electoral y el anuncio de que se va a hacer algo, primero de boca de un grupo de trabajadores de la compañía y finalmente mediante un anuncio oficial, pasó algo más de una semana. La importancia que se le quiera dar a esto es proporcional a la que le queramos dar al hecho de que la plaza pública digital en la que de facto se parlamenta es propiedad privada.

A veces es muy difícil distinguir una noticia auténtica de una falsa. Aunque normalmente saltan a simple vista (ejemplo de libro), en ocasiones se cuelan. Sin ir más lejos, yo el otro día compartí que la CNN había emitido 30 minutos de pornografía por aquello de unirme al jolgorio generalizado. A los pocos minutos me llegó el desmentido y también lo compartí.

Le puede pasar a cualquiera. Pero aquí estoy presuponiendo que uno comparte un texto suponiendo que sus contenidos son ciertos. Sin embargo, en un entorno político enrarecido en el que el objetivo principal es disparar al otro lado de la trinchera, todo vale. Vale tanto que fabricar pseudoperiódicos digitales (a falta de un mejor término que defina un blog más o menos sofisticado) que publican noticias a gusto de los consumidores de un nicho en concreto es un negocio rentable. La NPR habló con el propietario de una de estas páginas. No tiene desperdicio:

The whole idea from the start was to build a site that could kind of infiltrate the echo chambers of the alt-right, publish blatantly or fictional stories and then be able to publicly denounce those stories and point out the fact that they were fiction.

[...]

And as the stories spread, Coler makes money from the ads on his websites. He wouldn't give exact figures, but he says stories about other fake-news proprietors making between $10,000 and $30,000 a month apply to him. Coler fits into a pattern of other faux news sites that make good money, especially by targeting Trump supporters.

However, Coler insists this is not about money. It's about showing how easily fake news spreads. And fake news spread wide and far before the election. When I pointed out to Coler that the money gave him a lot of incentive to keep doing it regardless of the impact, he admitted that was "correct."

Si es usted de izquierdas y quiere sentirse bien, el artículo tiene una cita dedicada:

We've tried to do similar things to liberals. It just has never worked, it never takes off. You'll get debunked within the first two comments and then the whole thing just kind of fizzles out.

En todo este asunto me da la impresión de que al final se termina volviendo a lo de siempre, a las ideas que fallaron desde el principio pero hay que repetir de forma machacona para ver si se vuelven ciertas: la culpa de que ganase Trump es de estos paletos sin dientes que viven en caravanas en medio de Texas, que son idiotas y se creen cualquier mierda, y Facebook tiene que hacer algo para que no se vuelva a repetir. Se transmite la idea de que el único desenlace aceptable era una presidencia de Hillary Clinton (porque le tocaba, demonios), y cualquier otro final, por no ajustarse a la norma, tiene que tener obligatoriamente una causa extraordinaria. Clinton perdió Wisconsin no porque no pusiera el pie en el estado durante la campaña, sino porque [inserte aquí su motivo favorito, pero que sea poderoso y externo].


De todo este asunto no me queda especialmente claro qué es lo que se supone que debería hacer Facebook. Su negocio no es el de la distribución de medios: es el de tener a sus usuarios pegados a la pantalla (y no necesariamente a su pantalla) la mayor cantidad de tiempo posible e interactuando de cualquier manera que permita encasquetarles una etiqueta con la que venderle un hueco publicitario a un anunciante. A Facebook le da igual un usuario comparta enlaces al Guardian o a ZeroHedge: el mercado proveerá un anuncio al otro lado del cable, a mayor o menor precio.

Por descontado, uno de los métodos (El Método (TM)) para alargar el tiempo que uno pasa viendo publicidad navegando por Facebook es enseñarle contenido con el que uno está más o menos de acuerdo, o en el que sus contactos han comentado, porque igual le apetece sumarse a la discusión. Si la mayor parte de nuestros contactos es de una determinada cuerda ideológica, nos aparecerá más contenido de esa cuerda. En mi timeline no me sale nada de La Gaceta o de la COPE, por ejemplo, pero los enlaces a eldiario.es están a la orden del día. Esto, dicen, produce que uno termine viviendo en una burbuja informativa, muy diferente a los gloriosos y analógicos tiempos de antaño, en los que un colega venía un día con un ejemplar de La Razón y al día siguiente uno de Público para contrastar (y, ya que estamos, los conservadores tienen más tendencia a ir al abrevadero). En realidad, Facebook ya viene de serie con un sistema para detectar noticias falsas y explorar otros puntos de vista. Se llama Facebook está en Internet y funciona así:

  1. Leemos una noticia.
  2. Vamos a nuestro buscador de cabecera y localizamos un par de fuentes más que informen sobre lo mismo.
  3. Echamos un ojo a Snopes.com, por si acaso.
  4. Ya.

Es la otra cara de la moneda. Nunca antes se había tenido acceso tan inmediato y tan fácil a un innumerable número de fuentes que refuerzan la propia ideología. De igual forma, jamás había sido tan sencillo contrastar noticias, especialmente si uno tiene la sospecha de que están sesgadas (tiene la sospecha y, añado, le preocupa no caer presa de esos sesgos, que igual le da lo mismo). El efecto de la supuesta burbuja, de existir, todavía se está estudiando (y los últimos estudios apuntan que en todo caso es muy pequeño y a que, al menos de momento, la gente lee noticias como lo lleva haciendo toda la vida). Inciso:

Returning to our opening question—the effect of recent technological changes on ideological segregation—there are two competing theories. Some authors have argued that such changes would lead to "echo chambers" and "filter bubbles,2 while others predicted that these technologies would increase exposure to diverse perspectives. We addressed the issue directly by conducting a large-scale study of online news consumption. We showed that articles found via social media or web-search engines are indeed associated with higher ideological segregation than those an individual reads by directly visiting news sites. However, we also found, somewhat counterintuitively, that these channels are associated with greater exposure to opposing perspectives. Finally, we showed that the vast majority of online news consumption mimicked traditional offline reading habits, with individuals directly visiting the home pages of their favorite, typically mainstream, news outlets. We thus uncovered evidence for both sides of the debate, while also finding that the magnitude of the effects is relatively modest.

Facebook podría poner en marcha un sistema de etiquetado o puntuación de noticias que, pasado un cierto umbral de votos negativos, las marque como "no fiable", pero intuyo que eso simplemente reforzará bandos ya existentes. Las llamadas a suscribirse a medios independientes, como ProPublica, como hizo John Oliver en el último programa de esta temporada, en la creencia de que el buen periodismo terminará desplazando al malo, no me terminan de convencer. Sí, es cierto que para tener investigaciones que merezcan la pena hay que rascarse el bolsillo, pero aquí estamos hablando para los ya convencidos. Dudo que el lector acérrimo de Breitbart vaya a cambiar su punto de vista porque empiece a ver (si acaso) más artículos del New York Times.

Las soluciones que pasan por tocar el bolsillo de estas páginas, así como el etiquetado de determinadas fuentes como "fiables" (ejemplo: lo que venga de medios tradicionales), encajan perfectamente con esa versión de los hechos que dice que existe un conglomerado corporativo conspirando para evitar que la verdad salga a la luz. Asumiendo el punto de vista de alguien suscrito a estos postulados, es inmediato entender eso como otro episodio más de la élite dominante atacando a los valientes rebeldes.

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